Esta posición es ideal para el trabajo del mundo
interior, la concentración, la relajación y la observación de las partes
anatómicas y sus funciones. Nos permite un mejor conocimiento de nosotros
mismos y sentir mayor bienestar físico y psíquico.
Los músculos de la cara están relajados; los labios
distendidos y entreabiertos. Los ojos
deben mantenerse entornados, de manera que la mirada se sitúe en la
frontera entre el mundo interior y el exterior, para percibir lo que ocurre en
nuestro entorno sin que nos perturbe.
La región abdominal inferior debe estar tensa, de
manera que con la solidez de las caderas se mantenga erguido el tronco. Las
piernas con alguna separación, y el dedo pulgar de pie izquierdo estará sobre
el mismo dedo del pie derecho. Los hombros y la región cervical, relajados; los
brazos, cayendo a lo largo del cuerpo de forma natural, descansando la mano
izquierda sobre la derecha.
El ritmo respiratorio, cadencioso; la exhalación,
lenta y muy prolongada, con el diafragma empujando hacia arriba. Debemos
conseguir la salida máxima de aire impuro de forma gradual, efectuando un
último gesto de garganta con el fin de empujar los restos de aire que quedan en
esa zona.
La inhalación es breve y suave. Esta porción de aire
tomada realiza el siguiente circuito: baja en vertical, imaginando que recorre
la médula espinal, pasa al bajo vientre y se detiene en el ombligo; los músculos
abdominales se comprimen, alcanzando los extremos de ambos costados;
finalmente, se expulsa el aire hacia arriba, que debe golpear el paladar y
salir libremente al exterior.
Concentrados en el ritmo respiratorio, es como si nos
encontráramos en un sueño sin perder la conciencia. Una vez conseguida cierta
práctica, resulta verdaderamente eficaz; en poco tiempo se restablece la
energía y desaparecen el estado de abatimiento y el cansancio.
Tomás Sánchez - 6ºDan
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